13.- Con pericia y con paciencia, ¿de quién hablo? (Año 1974)

 


        Comentaba en una reseña pasada (El inicio de una larga relación) el primer recuerdo que tengo de una película en el CINE DELICIAS en el año 1972. En esa ocasión iba acompañado (lógicamente; tenía 6 años). Dos años después, recuerdo haber visto ya en solitario un programa en el mismo cine. Me acompañaban hasta la entrada, y me iban a buscar a la salida. Los dueños, los acomodadores, todo el personal de la sala eran vecinos y me conocían perfectamente, de modo que estaba bastante controlado (lo cual lamenté años después cuando quise asistir a películas de mayores, y no me dejaron entrar). Algún día, entre el viernes 10 y el miércoles 15 de mayo de 1974 (seguramente el lunes 13, fiesta local de San Pedro Regalado) pasé una de las muchas tardes de cuatro a ocho de la tarde con el programa doble que vemos en la imagen: Ya le llaman Providencia (La vita, a volte, è molto dura, vero Provvidenza?, Giulio Petroni, Italia-Francia-Alemania del Oeste, 1972) y Sube y baja (Miguel M. Delgado, Méjico, 1959).

Supongo que a todo el mundo le pasará, que la memoria le puede provocar a uno malas pasadas. Porque mi memoria me dice que la primera película, la del Oeste, me gustó bastante, me divirtió, mientras que la de CANTINFLAS me resultó un tanto cansina, fundamentalmente porque de pequeño no acababa de acostumbrarme al modo de hablar hispano (¡¡cómo me repateaban los doblajes en español neutro de las películas DISNEY, y de muchas series y programas de televisión que hacían lo mismo!!) y menos aun cuando se hacían a la velocidad del famoso cómico, y con segundas intenciones en la mayor parte de sus intervenciones. Ese es mi recuerdo, no más. Y claro, para escribir estas líneas con un poco de coherencia, casi cincuenta años después, me veo en la obligación de, si no visualizarlas completamente, al menos, echar un vistazo a sus argumentos y ver algunas escenas, algunos fragmentos. Internet nos facilita esa tarea.

Antes de comentar el resultado de tal acción, indicar que seguramente fue la primera vez que disfruté, y eso lo recuerdo muy bien porque hubo muchas veces que aparecía en las películas de estas sesiones continuas, de la presentación de la productora y distribuidora Izaro Films, constituida el 28 de enero de 1972. Dicha presentación mostraba la isla vizcaína del mismo nombre desde varios ángulos, bajo un sol radiante y una música triunfal, todo obvio dado que era la propaganda de la empresa. Pero para un chaval de ocho años que, en aquel momento aún no había visto el mar, y que casi siempre iba al cine en verano, aquello simulaba casi un paraíso refrescante en el que deseabas estar. Además, su formato era panorámico por lo que ocupaba toda la gran pantalla del cine de la calle Carmelo. Algunas películas dejaban parte de la pantalla en sombra. Eso me fastidiaba. Me gustaba que la ocuparan entera. En estos primeros años había una cortina que se abría y cerraba dependiendo del formato de la película, que años después eliminaron.

           TOMÁS MILIÁN (en algunos lugares, como en el anuncio que se utilizó en el periódico, THOMAS MILIAN), fue un actor italiano-norteamericano de nacionalidad, pero nacido en La Habana (Cuba), que se hizo popular durante los años setenta en producciones italianas, sobre todo en las que peyorativamente se denominaron spaghetti-western. Participó en dieciséis de ellos, algunos desde un punto de vista cómico, siguiendo la estela que marcaran otro par de actores italianos, TERENCE HILL y BUD SPENCER, con la célebre Le llamaban Trinidad (Lo chiamavano Trinità..., Enzo Barboni, Italia, 1970). De hecho, como si lo distribuidores españoles no tuvieran demasiada imaginación, o quizá por ese fulgurante éxito que comentamos, rebautizaron al castellano un montón de títulos con “Le llaman”, “Les llamaban”, y otras variantes similares.

MILIÁN tuvo una infancia complicada en Cuba (fue testigo del suicidio de su padre, uno de los generales al servicio del dictador GERARDO MACHADO Y MORALES), trasladándose con veintidós años a los Estados Unidos, donde ejerció diferentes empleos hasta poder dedicarse a su sueño: la interpretación. Su formación fue consistente ya que entró en el Actor’s Studio, y comenzó a trabajar en diferentes papeles en Broadway. Sin embargo, no atisbando mucha salida, seguramente por su origen, comienza a trabajar en producciones italianas. Fue, por tanto, una persona hecha a sí misma, sin demasiadas facilidades en su camino.

            Quizá por ello, sus personajes eran anti-héroes, a los que dota de una personalidad que descoloca en la mayor parte de las ocasiones al espectador. Incluso en esta Ya le llaman Providencia, una película cómica, paródica, una autentica patochada para mí a día de hoy (como dije, es lo que tienen cuarenta y tantos años más a mis espaldas), pero en la que hay que reconocer que MILIÁN tiene momentos destacables. Él, junto a la partitura del genial ENNIO MORRICONE (que no recordaba y que sin ser una de sus mejores obras, se aprecia su talento), son lo único que destacaría del film, porque el argumento (algo más que inspirado por cierto en una maravilla a la que dedicaré un amplio comentario en su momento) a base de trompazos y eructos típicos de este tipo de comedias italianas, no merece mayor comentario. Pero sí tuve ocasión de volver a ver otras películas de MILIÁN más interesantes. A todo esto, espero que hayan deducido ya la respuesta a la pregunta que da título a esta reseña, verdadero leitmotiv de la película.

 

            Respecto a la de CANTINFLAS, si han visto una, han visto todas. Esta fue la primera para mí (otro desarraigado social que a base de casualidades alcanza lo nunca imaginado, en este caso gracias a caerle simpático al dueño de unos grandes almacenes deportivos, en los que pasa por todas las secciones posibles hasta ser confinado en un lugar seguro para la empresa como ascensorista, por culpa de sus múltiples ocurrencias), y por mi parte hubiera sido la última. Pero los programas dobles es lo que tenían, a veces tenías que tragarte alguna que no te apetecía demasiado. Cantinflas tuvo su momento, fundamentalmente entre los años cuarenta y sesenta, pero los chicos de los setenta ya no conectábamos demasiado con sus gracias, un tanto trasnochadas (al menos por mi parte; esto no desmerece en absoluto la valía de MARIO MORENO, fuera de toda duda; simplemente evoco mis particulares gustos).

 

(Publicado el 31 - 01 - 2020)

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