009.- Aprender con la SEMINCI (Año 1984)
Coincidiendo con la reciente inauguración de una nueva Semana Internacional de Cine de Valladolid (64 ediciones nada menos), me ha parecido pertinente recordar cómo fueron mis primeros pasos por este certamen, que no podía faltar entre las andanzas de un vallisoletano amante del cine. Aunque no será la única vez que aluda al mismo, debo adelantar que mi relación con el festival ha sido más bien discontinua: algunos años estuve muy involucrado, otros prácticamente nada, y últimamente menos de lo que me gustaría. ¿La razón? Los ciclos vitales de cada persona. Años de estudio, años de trabajo, años de establecer una familia, en fin, lo usual de cualquiera que no tiene el cine como ocupación profesional principal sino como un hobby o una distracción (aunque los que me conocen seguro que considerarán esta afirmación demasiado tibia para lo que es la realidad).
En el año 1984 me encontraba en el segundo año de mi
carrera universitaria (19 años). En el mes de octubre aún no había demasiados
agobios con las asignaturas (recuérdese que, por aquellas fechas, la
universidad no comenzaba “en serio” hasta prácticamente pasada la fiesta del 12
de octubre, que las asignaturas eran anuales, y no se hacían exámenes ni se
mandaban trabajos cada diez minutos como ahora, sino que con suerte había un
par de exámenes parciales antes de que llegaran los finales), de modo que se
podía disfrutar de alguna que otra incursión por las actividades culturales de
la ciudad. No obstante, y no miento, nunca hice “novillos” en ninguna clase, de
modo que tampoco entré de lleno en el ambiente cinematográfico, y mis primeros
pasos se circunscribieron a los fines de semana. De hecho, salvo merodear por
el TEATRO CALDERÓN para ver un poco “el ambiente” y recoger algunas de las
revistas y programaciones del día (que guardo como oro en paño), sólo asistí a
una película, habiendo acabado ya el festival, pero con la certeza de encontrarme
una película “buena”, ya que fue una de las dos a las que se otorgó la espiga
de oro (no ha sucedido muchas veces). Iba con mi novia (hoy mi esposa), que no
es tan aficionada al cine como un servidor, y no era cuestión de llevarla a ver
“un tostón”, de acuerdo con la jerga del ciudadano medio, expresión con la que
no solemos coincidir los que apreciamos en el cine valores mayores que el mero
argumento.
En aquel momento no pude apreciar ni disfrutarla como se merecía (esto suele pasar), pero aquella 29 SEMINCI fue distinta. Fue el primer año de sus veintiuno como director de FERNANDO LARA, la persona a la que todos reconocen como modernizador del certamen al que dotó de una seña de identidad reconocible, nacional e internacionalmente, con el paso de los años. No es que anteriormente no la tuviera, que siempre la tuvo, pero sí que actualizó notablemente sus esquemas, y su imagen externa (ya saben que uno puede hacer maravillas, pero si no las difunde, no las conocen más que en su entorno). A ello contribuyó notablemente el nuevo logotipo de los labios de MARILYN creado por MANUEL SIERRA, imagen que perdura treinta y cinco años después. Quizá influyera también el apoyo de las instituciones, de empresas privadas, o la nueva organización, los que allí estuvieron podrán saberlo, pero el caso es que caló más en el público. Volveré con más detenimiento a alguna de las películas proyectadas en aquella edición que conseguí ver años después y supuso para mí un gran descubrimiento y uno de los puntos más interesantes de mi libro Las matemáticas en el Cine, dado que es imposible en la actualidad localizarla ni encontrar referencias sobre ella. Pero eso lo contaremos en otra ocasión.
En la trigésima
edición, en 1985, asistí al menos a dos proyecciones, ambas de los ciclos
retrospectivos programados. El sábado 2 de noviembre de 1985, tuve la ocasión
de disfrutar de la proyección de la versión restaurada y más completa (cuatro
horas) de la mítica Cleopatra (Joseph L. Mankiewicz, EE. UU., 1963) dentro del magnífico
ciclo que se dedicó a su realizador. Fue muy especial, ya que se proyectó en
versión original sin subtítulos y sin traducción simultánea (el día anterior sí
había habido traducción simultánea de esta misma película), en la sala 2 de los CINES MANHATTAN. No éramos muchos (era una sesión matinal, 10:30, y en las
condiciones que he mencionado). Me pasé toda la película traduciendo a mi
acompañante lo que podía, intentando no molestar a otros espectadores. Hasta
que, en un momento dado, la persona que tenía más cerca me dijo que si podía
levantar un poco más la voz para que le llegara un poco mejor la onda. A pesar
de la incomodidad de tener que relatarla a trozos, disfruté mucho de la
película (conocía la versión “comercial” previa) tanto por el metraje completo
como por la maravillosa voz e interpretación (al menos a mí me impresionó ese
día) de RICHARD BURTON (Marco Antonio). Nunca lo había oído antes con su propia
voz, y aunque los doblajes en nuestro país son bastante buenos (salvo con las
películas japonesas y orientales, no sé la razón), el trabajo de BURTON, su entonación,
me parecieron sublimes. Había visto bastantes películas suyas en sesiones
continuas (bélicas, en su mayor parte) y no lo tenía como uno de mis actores
favoritos, pero desde entonces, cuando veo alguna de sus películas, lo
contemplo de otro modo (aunque sigue sin estar entre mis actores preferidos).
En la edición anterior, por cierto, su viuda, SALLY BURTON (en la imagen), vino
a presentar en primicia su último trabajo, 1984 (Nineteen Eighty-Four, Michael Radford, Reino Unido, 1984) que en
noviembre del mismo año disfruté de nuevo en la sala 2 de los MANHATTAN.
La segunda película que vi de aquella SEMINCI, al domingo siguiente por la mañana, también en los MANHATTAN, aunque en la sala 3, fue Trúhanes (Miguel Hermoso, España, 1983), dentro del ciclo dedicado aquella edición a FRANCISCO RABAL. Una película simpática, pero del montón, que vi ¡¡subtitulada en italiano!! Ahí me percaté de que, por muy bueno que sea el subtítulo, nunca puede transmitir los matices, los giros, la riqueza, etc., de la interpretación de los actores. En resumen, aquella SEMINCI aprendí que no hay nada como la versión original para apreciar en su justa medida el trabajo de un montón de profesionales. El doblaje y el subtítulo son sólo aproximaciones.
De aquella edición guardo también el recuerdo de una chica que había conocido años atrás en una visita a la Cadena SER, CHARO PASCUAL. Yo tendría 15 o 16 años y me pareció la chica más guapa que había visto nunca. Una vez empecé mi carrera en la Universidad, me enteré por una compañera de Matemáticas con un conocido común, que había estudiado Ciencias Físicas, y por aquellos años había sido elegida por la televisión regional como portavoz de la SEMINCI en dicha cadena. Coincidí varias veces con ella en la última planta del TEATRO CALDERÓN, desde donde hacían el programa diario. Ahora es sencillo hacerse un selfie y tener un recuerdo de cualquier cosa, pero en aquellos años nadie iba con una cámara fotográfica por ahí, ni nos atrevíamos a pedir una foto a nadie (¡¡qué horterada!!), pero la distancia que da el tiempo me hubiera gustado tener esa instantánea. Fue atenta las veces que pude hablar con ella, pero distante, quizá cercana a la antipatía, pero es lo esperable cuando alguien está trabajando y le rondan los moscones. Después ya saben, se hizo célebre como chica del tiempo, y al parecer años después se retiró del mundanal ruido.
Otro aspecto que recuerdo muy interesante de aquellas mis primeras SEMINCIS fue la publicación de los libros del Festival. Aquel año, en paralelo a los ciclos, uno dedicado a Francisco Rabal, escrito por MANUEL HIDALGO, y sobre todo el de Joseph L. Mankiewicz, de JOSÉ RUIZ. Vistos hoy parecen poca cosa, pero en aquella época eran prácticamente toda la información a la que podías acceder sobre los autores (al menos en el segundo de los casos).
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