011.- Teatro Cine-Hispania y una sesión de principios de siglo (Año 1919)

 

Seguramente el edificio que vemos en la imagen nos resulte conocido. Es el que se encuentra en la actualidad en la esquina de las calles Muro y General Ruiz. En el solar que ocupa, a finales del siglo XIX existió un monumental frontón, el Fiesta Alegre, que llegaba hasta la calle Dos de Mayo. Tras otros usos posteriores, en julio de 1913, la Sociedad Protectora del Obrero, lo adquirió y cedió en usufructo a la Asociación Católica de Escuelas y Círculos Obreros, que finalmente decide instalar en él la sede de la CASA SOCIAL CATÓLICA.

Esta institución, vigente desde 1881 a 1946, nació al parecer (resumo brevemente lo que de ella he leído, porque no soy entendido en el tema; corrijanme si deslizo alguna inexactitud) con la intención de acercar la Iglesia a la clase obrera después del surgimiento de unas ideologías (liberalismo y socialismo) que los había distanciado claramente. Para lograrlo sus fundadores centran su atención en los aspectos sociales (es un momento de penurias), organizando un apreciable número de actividades benéficas, educativas y sindicales.

Una vez aclarado su destino, la CASA SOCIAL CATÓLICA se plantea reformas para optimizar el enorme espacio que ocupaba (1800 metros cuadrados) de acuerdo a sus fines y objetivos. Según indica EL NORTE DE CASTILLA de la época, se mantuvieron las tres plantas de que constaba, acondicionando en ellas varios salones, lavabos, barbería, panadería, almacenes, billares, habitaciones para alojamiento de sindicalistas, etc., y en lo que a esta sección concierne, un teatro de cinco alturas con capacidad para 2.000 localidades entre butacas, palcos y paraíso. El edificio poseía tres entradas: la principal, por la calle Muro, una trasera por General Ruiz y otra lateral, por la calle Costa. La CASA SOCIAL CATÓLICA se inauguró oficialmente el 21 de noviembre de 1915 (en la imagen vemos cómo quedó tras dicha reforma; es la entrada principal por la calle Muro número 7).

Ese día se programó una actuación del Orfeón Vasco y una sesión de cinematógrafo con la película Los misterios de Nueva York (The Exploits of Elaine, varios directores, EE. UU., 1914 – 1915). En realidad, la citada no es una película, sino un serial que llegó a tener treinta y seis episodios, después de la realización de varias continuaciones, ante el éxito que obtuvo. Como sucede en la actualidad, cada época tuvo sus modas, y desde 1910 a 1930 lo más demandado cinematográficamente eran los seriales o las películas de jornadas. Se trata de un género cinematográfico del periodo mudo, con temáticas policíacas o aventureras. Este género prácticamente vino motivado por dos factores: el cine no era en ese momento más que un entretenimiento (no olvidemos su nacimiento como espectáculo de barraca de feria), muy por debajo en calidad e interés respecto a las actuaciones en directo (teatro, variedades, zarzuelas, etc.), y además el material en el que estaba realizado, el nitrato de celulosa, era muy inflamable, y los aparatos de proyección, aún poco evolucionados, generaban mucho calor tanto por la fricción de la película como por las lámparas. Por ello, el metraje (que se medía en metros de rollo de bobina, no en minutos como ahora) no era aconsejable que fuera muy largo. Sin embargo, para poder desarrollar una trama medianamente interesante, se necesitaba tiempo, así que lo solucionaron dividiendo las películas en varias partes. Esto era además ideal para los espectáculos en directo, ya que entretenían al público entre acto y acto, mientras se cambiaban de vestuario los actores o se modificaba el decorado. El inconveniente para los espectadores, es que debían asistir a las proyecciones de días posteriores para conocer el desenlace de las tramas. Para los empresarios, sin embargo, todo era miel sobre hojuelas.

Echemos un vistazo al cartel anunciador de la programación del domingo 26 de enero de 1919 (ver imagen). En ambas sesiones, se proyectan los episodios noveno y décimo de Las aventuras de Catalina (The Adventures of Kathlyn, Francis J. Grandon, EE. UU., 1913 – 1914), titulados respectivamente en nuestro país Entre tigres y leopardos (The Spellbound Multitude, 1914) y La amazona invencible (The Warrior Maid, 1914). Cada uno de ellos estaba formado por dos rollos de película (cada uno de 305 metros aproximadamente, 1000 pies), cuya duración era de unos quince minutos cada uno (las películas de cine mudo se proyectaban manualmente, a una velocidad de 16 fotogramas por segundo; a 24 fotogramas por segundo son las de cine sonoro). Así pues, dos episodios (cuatro rollos) venían a durar una hora aproximadamente; el primero se proyectaba en el intermedio entre el primer y segundo acto de la obra de teatro, y el segundo, entre el segundo y tercer acto. Este serial constaba de trece episodios compuestos por 27 rollos en total, ya que el primero (el que ahora llamaríamos episodio piloto, más largo que el resto de los episodios) estaba compuesto por tres rollos, y el resto sólo por dos. El domingo 5 de enero de 1919, víspera de Reyes, estrenó este serial.

He elegido este serial, el segundo realizado en un estudio americano, por varios motivos. Una de ellas porque los historiadores la consideran el primer serial de la historia en el que los episodios no son autónomos (empiezan y acaban), sino que terminan dejando la acción en el momento más interesante (obviamente para “picar” al espectador a que fuera a los siguientes episodios). Otra por la enorme popularidad que tuvo en aquellos años (y con ella su actriz, KATHLYN WILLIAMS, completamente olvidada hoy en día a pesar de sus ciento ochenta y seis películas), en los que el cine era prácticamente una curiosidad, por lo que fue uno de los seriales pioneros en hacer afición. Y por tratarse de un serial considerado actualmente perdido. Gran parte de la producción de cine mudo lo está. Hablando en concreto de éste, no es una obra maestra, ni tiene grandes cualidades como película (es más, algunas crónicas escritas la describen como un desastre en cuanto a fallos de guion, de interpretación, etc.). Su interés radica en su valor histórico y de descripción de los gustos y costumbres de una época. Valladolid fue una ciudad en la que se estrenaron muchas películas, algunas raras, de trayectoria comercial muy limitada o no estrenadas en otras ciudades españolas (los hermanos PRADERA tuvieron contactos notables en Francia, por ejemplo). Por eso, no es de extrañar que en donde menos se espera (casas antiguas, sótanos, almacenes, locales olvidados, recuerdos familiares, etc.) puedan aparecer viejas fotografías o películas que sus propietarios consideren inútiles, y en realidad quizá sean documentos únicos (no es una fantasía: así aparecieron no hace mucho escenas inéditas de Metrópolis en Buenos Aires, por ejemplo). Si alguno de ustedes tuviera la suerte de poseer o localizar algún documento de estos, no lo duden: pónganse en contacto con la Filmoteca de Castilla y León. Y tengan en cuenta que, al ser materiales con componentes químicos, que se degradan con el tiempo, mejor hacerlo hoy que mañana.

    De Las aventuras de Catalina sólo se conserva el primer episodio (en la italiana Cineteca del Friuli) e imágenes sueltas (aquí se pueden ver, son propiedad del Instituto de Cine EYE de Ámsterdam). Después de soñar con exóticas aventuras, nuestros antepasados vallisoletanos de enero de 1919, volverían a sus humildes y gélidos domicilios, al calor del brasero, la cama con calentador o bolsa de agua caliente, y quizá algún que otro ladrillo recién salido de la cocina bilbaína para dar un poco de alivio a sus sufridos riñones. En la segunda galería, por dos perras gordas y una chica, se mantuvo calentito toda la tarde. Y a esperar hasta el siguiente domingo (el HISPANIA sólo proyectaba en domingos y festivos), a ver si pillaba sitio, que se acababan enseguida.

 (Publicado el 04 - 12 - 2019)

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